martes, 5 de abril de 2011

Historias de El Azulejo 1: Goya, los toros y la torera.

Goya, los toros y la torera.

     Era un día soleado de primavera, pero el frío viento que corría por la calle Mayor, transportando los murmullos de la gente instalada en las terrazas, le ponía la piel de gallina a Asunción. Mientras caminaba, a paso lento, hacia la cafetería de siempre, El Azulejo, se frotaba enérgicamente los antebrazos, apenas cubiertos por una delgada chaqueta azul. La mesa de siempre estaba vacía y, como todos los domingos a las 5 de la tarde, se sentó en ella para esperar a su hija, a su nieta y a su bisnieta. Apenas había empezado a acomodarse cuando llegó Elena, su hija, sudorosa, por su costumbre de ir a todas partes casi corriendo. Por último, llegaron Alicia, arrastrando una maleta de ruedas, de esas cuyo ruido le crispaban los nervios, y Luna, su sobrina, de 10 años, dueña de la pequeña máquina de los chirridos. Ésta apretaba un pesado libro contra su pecho. Antes de que madre e hija se sentarán, el libro cayó de golpe en la mesa, con contundencia. Con idénticos ánimos, Luna se dejó caer en la silla.
 
     - Has de haber hecho muchas cosas con tu padre – exclamó Asunción -, pareces cansada...
     - Sí, fuimos al parque, al cine y pintamos mucho... – contestó la niña – ¡Tengo mucha hambre! - añadió.
    - Ahora pedimos algo. Pero, ¿qué es eso? - preguntó Elena a su sobrina mientras miraba el grueso libro que ocupaba todo el centro de la mesa.
     - ¡Ah!. Es un regalo de mi padre, un libro sobre Goya. Mirad esto – dijo la niña mientras buscaba una página en el libro - ¡Ajá! ¡Aquí está! - dijo, señalando con el dedo.
     - ¿Qué es, Luna, un torero? - interrogó Alicia, mientras observaba la imagen de un toro embistiendo a un caballo, sobre el cual montaba una persona armada de una banderilla lista para abrir las carnes del espléndido animal. La imagen se le antojo espeluznante.
     - Es un aguafuerte- contestó la pequeña, precozmente interesada en la pintura y en las artes plásticas como consecuencia, sin duda, del vínculo especial que tenía con su padre ausente, quien impartía docencia en la Facultad de Bellas Artes de alguna ciudad lejana. - No es un torero, es “La Pajuelera”.
     - Pues parece un hombre – exclamó Asunción tajante y con disgusto.

Ignorándola, Luna continuó:

     - Aquí pone que Goya se soprendió porque era una mujer muy valiente. Yo quiero ser igual de valiente, ¡quiero ser torera!.

     - Vaya, veo que has estado tomando decisiones importantes este fin de semana... - dijo Alicia, con resignación.
     - No puedes ser torera, Luna. - dijo Asunción, con intención de acabar cuanto antes con ese asunto - Eso es cosa de hombres, ¿no ves que hace falta ser muy fuerte y muy bruta?.
     - ¿Cómo que cosa de hombres? - se escandalizó Elena – ¿Y Cristina Sánchez qué es?, ¿eh?. Si una mujer se entrena lo suficiente, puede ser tan fuerte como un hombre. Además, yo le oí decir una a vez a Cristinta, en la televisión, que enfrentarse a un toro es cosa de cabeza, no de fuerza, y en eso, que yo sepa, las mujeres vamos sobradas.
     - ¡Ay! Ya vienes otra vez con tus cosas de igualdad – se desesperó Asunción, mirando hacia el techo – ¡Por eso no pudiste retener a tu marido a tu lado!. Hace falta tener un poco menos de carácter...
   
     Alicia, tímidamente, preguntó:

     - ¿Y no creeis que es una escena muy cruel, sea hombre o mujer la persona que esté encima del caballo?.
     - ¡Y tú, por hippy, también estás sóla! - le lanzó Asunción a Alicia – Hace falta tener un poco más de carácter...

    Elena, ignorando los comentarios de Asunción, dijo:

     - Pues será cruel, sí... De hecho, yo nunca lo haría; pero si los hombres se visten de luces, ¿por qué las mujeres no?. Queremos igualdad, ¿no?.
     - Pues yo creo que ya bastante tienen los pobres toros con aguantar a esas bestias como para que vayan ahora también las mujeres a hacer el ridículo de esa manera – dijo Asunción - ¡no debería estar permitido que las mujeres hiciesen esas cosas!. Las mujeres tenemos que cuidar, no destruir. ¿Matar?.. sólo a las gallinas, que no chillan como los cerdos, y porque nos las vamos a comer. ¡Y saben muy bien en el caldo!.
     - Pues, insisto, será cruel... Pero, ¡no seamos hipócritas!. A las mujeres también les gusta hacer el ridículo de esa manera – dijo Elena-. ¿Qué diferencia hay entre una mujer espectadora en la plaza, o la Aguirre, con sus afirmaciones de que se trata de un bien cultural a proteger, y una torera?.
     - Lamentablemente, es verdad – dijo Alicia – hay mujeres que disfrutan de esa masacre. Y, afortunadamente, hay hombres que no lo hacen. Aunque sabemos que hay más hombres que mujeres que disfrutan de ello. Cuestión de educación, responsabilidad colectiva...
 
     Después de una pausa, añadió:
  
     - Pero, prohibir esto sólo a las mujeres, abuela, no creo que sea lo mejor. Efectivamente, hay que brindar la igualdad de oportunidades a todos los sujetos, hombres o mujeres. Considerar a las mujeres sujetos autónomos consiste en no negarles su libertad y su capacidad de decisión. Ni más ni menos y con todo lo que esto implica. La libertad siempre tiene un riesgo: las elecciones desafortunadas. Pero negar a las mujeres la posibilidad de decidir, y por tanto, de equivocarse, es ya en sí misma una decisión desafortunada. Que una mujer sea torera, por un lado, es un buen síntoma, pues sólo quienes deciden libremente se equivocan. Por otro, es un mal síntoma: muchas mujeres, en lugar de utilizar su libertad para crear algo mejor que lo que tenemos, se limitan a copiar los errores de algunos hombres, del mismo modo que estos hombres han asumido acríticamente que tienen que ser unos machitos dominadores... Mujeres y hombres, libremente, deberíamos decidir no ser unos machitos dominadores...

    - ¡ Y ahora a filosofar! - dijo, otra vez exasperada, Asunción. Levantando el brazo y girando la cabeza hacia la barra, gritó:

    - ¡Camarero! ¿A qué estás esperando? ¡Llevamos una eternidad aquí!.

    Luna  no se había atrevido a decir nada durante la conversación que se había iniciado por causa suya, pero que, no obstante,  se había desarrollado sin tomarla en cuenta. ¿Será por su edad?. Disimulando su incomodidad,  insistió:

    - Tengo hambre.




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