sábado, 29 de diciembre de 2012

Matemos al Anticristo.



De un tiempo para acá, diversas cosas que han ocurrido en la macroestructura han conseguido causar malestar subjetivo en mí. No quiero echar balones fuera: sé que gran parte de la responsabilidad es mía y no pretendo decir que no esté en mis manos mejorar mis circunstancias y mi estado de ánimo. Sólo quiero decir que, definitivamente, he permitido que lo que ocurre en la macroestructura me afecte bastante o, si se prefiere, no he conseguido estar bien a pesar del caos estructural, no he sabido fortalecerme frente a ello, no he sabido estar a la altura.

Buscando algún tipo de emoción  - ¡cualquiera! – que me sacara del estado gris y plano en el que me encuentro, me dio por ponerme a ver películas de terror. Buscaba sentir algo intenso: miedo, expectación… no sé, lo que se supone que estas películas ofrecen. Quería sentir miedo, mucho miedo... Así que empecé por las japonesas. La gente suele decir que aterrorizan. Ví algunas de las más famosas y nada, no me hacían sentir nada. La mayoría ni siquiera era capaz de terminar de verlas, ya que los argumentos me aburrían muchísimo.  Soy una persona atea, para quien la apariencia de orden existente es un resultado azaroso del caos… No creo en nada sobrenatural, ni en nada más allá de este mundo, sea lo que éste sea. La cuestión de qué es el mundo ya es bastante misteriosa para estar preguntándonos por un ultra-mundo. Creo sólo en este mundo, y no es poca cosa, porque, ¿no me digas que no es lo suficientemente rico, especial y singular?, ¿para qué buscar algo más?.  Desde mi punto de vista, no hay dos realidades. No me complico la vida (al menos en este sentido): soy monista.

Uno de los precios que hay que pagar por ser atea y monista es que las películas de terror pierden por completo su interés. Un género menos por disfrutar…

Sin embargo, pese al claro fracaso en mi búsqueda de emociones fuertes, yo me aferraba a las películas de terror. Cambié un poco la estrategia: en lugar de ver películas nuevas que prometían ser verdaderamente terroríficas, me propuse volver a ver las películas que en la infancia hacían que pasara noches en vela. Quizás consiguiera despertar viejos fantasmas.  Fui una niña que sufrió mucho a causa de creer en el Demonio, en el Infierno, lo satánico  y demás lindezas que pueblan el imaginario colectivo por culpa de algunas religiones. Las películas de terror que hoy me parecen una chorrada, en el pasado, fueron fuente de gran angustia.

Especial mención, por sus devastadores efectos en mi persona, merecen Poltergeist (traducida por “Juegos Diabólicos” en México) y The Omen (“La Profecía”). Fue a causa de Poltergeist 2 que supe lo que es quedarse literalmente paralizada por el miedo. Dormía en la misma habitación que mi hermana pero, para mí, eso era tanto como dormir sola.  Había una escena de la película que me había impactado bastante. En ella, la protagonista, una inocente niña,  juega a “las manitas” con un señor mayor en el parque. Resulta que ese señor era ni más ni menos que el Demonio. La idea de que cualquiera, incluso un entrañable hombre mayor que juega con una niña en el parque, pudiera ser el Demonio, me resultaba  espeluznante. Una  noche, en cama, me golpeó la imagen de un entrañable hombre mayor que era el Demonio, acompañada de la inquietante idea de que Satanás podría estar en cualquier parte. Me quedé como piedra, sin poder moverme, con el corazón golpeando mi pecho a gran velocidad y el cuerpo totalmente rígido. Sentí frío y hormigueo. No tengo ni idea de cuánto tiempo estuve así, sin poder moverme. Deseaba con todas mis fuerzas ser capaz de ir corriendo al cuarto de mi madre y de mi padre.  En un arrebato de valor, conseguí erguir mi tronco y mirar hacia la puerta. No me encontré con la atemorizante obscuridad, no…  porque, a causa de mis terrores nocturnos, dejábamos la luz del baño encendida (el baño se encontraba justo a lado de mi habitación). A pesar de lo que la luz revelaba: que allí no había nadie, sólo pude mantenerme erguida unos segundos. El pavor volvió a hacer que pegara mi espalda al colchón, con fuerza. Que en la puerta no hubiera nada acechando no calmaba mi miedo, pues éste no tenía un objeto concreto y localizable. Yo padecía por algo muy abstracto y muy ilocalizado: ni más ni menos que lo satánico.

Después de estar otro rato sin poder hacer nada, conseguí emitir el grito de salvación: “¡Papáaaaaaaaa!”. Supongo que esa fue una de las tantas noches que no dormí en mi cama, sino en un lugar mucho más seguro: entre mi padre y mi madre.

Lo de The Omen fue diferente. Demian, el Anticristo, me provocaba tanto terror como atracción. Ese es un tema interesante desde el punto de vista de la socialización femenina (hoy las adolescentes suspiran por la historia de amor entre un peligroso vampiro y una masoquista obcecada en liarse con él pese a todos los riesgos), pero no es el objeto del post de hoy. The Omen no sólo me provocó innumerables pesadillas, el visionado de esa película, unida a un episodio del todo trivial, consiguió que durante un tiempo yo me replanteara mis objetivos vitales y que tuviera ciertos delirios de grandeza. Todo esto resulta bastante cómico. Creo que no tenía ni 9 años. Poco después de ver la impresionante película, una testigo de Jehová  tocó a la puerta. Teníamos prohibido dejar entrar a personas desconocidas, así que cuando la mujer me dijo que traía un mensaje de Dios, creyente, como yo era, trepé por el portal hasta que conseguí asomar la cabeza por encima del mismo y ver a la mujer desde arriba. Escuché con mucho interés sus explicaciones. Ella afirmaba que el Reino de Dios no estaba en el cielo ni en ningún otro lugar; decía que el Reino de los Cielos era algo por venir, era algo que ocurriría en esta tierra. Se apoyó en el Padre Nuestro para demostrar que eso era así: “Venga a nosotros tu Reino”. Y añadió que era posible que el Anticristo ya estuviera en la tierra y que el fin del mundo y, por tanto, la venida del Reino de Dios,  estuviera muy cerca.   A mí me convenció. Cuando se lo conté a mi madre, ella me dijo que no hiciera caso de las personas que van tocando las puertas de las casas contando esas cosas, me dijo que pertenecían a sectas peligrosas. No obstante, para mí, todo encajaba… Demian, la daga con la que había que matarlo, la casual visita de esa señora…

Durante algunos días, estuve convencida de que mi misión era matar al Anticristo. Tenía agotadoras pesadillas en las que, de pronto, tenía la capacidad de volar y participaba de terribles batallas contra el Anticristo y contra Satanás. Despierta, no claudicaba: iba a todas partes atenta, convencida de que en algún sitio encontraría la daga y me toparía de frente con aquél individuo al que me correspondía exterminar, por el bien de la humanidad. Estaba convencida de que lo reconocería sin problemas.

Una crece, deja de creer en esto, deja de creer en lo otro y… ¿qué nos queda?. Muere el miedo a las cosas inexistentes.  Ya no son demonios y entidades infernales las que nos aterrorizan. Ya no le tememos a ilusiones, a invenciones, a ficciones. Pero, ahora, muerta la inocencia, preferiríamos que así fuera (¿deseo de avadirnos?), porque, desde nuestro punto de vista, el problema es que ahora nuestros temores parece que sí tienen una causa real y consecuencias que, de darse aquello que tanto tememos, serían terribles. Lo que nos paraliza por las noches (y por el día) ya no es la idea de lo satánico, sino el miedo a malgastar nuestras vidas intentando tan sólo sobrevivir, a no poder tener hij@s, a tener que vender nuestros principios por un plato de lentejas, a una vejez en la precariedad económica, a las enfermedades, a la eterna rutina,  etc.. etc.. etc… (cada quien que ponga lo que quiera dependiendo de su circunstancia). Eso debería hacernos sentir cierto alivio, ¿no?. Si sólo le tememos a lo real, parece que no tenemos que preocuparnos por no temer, ya que los miedos están del todo justificados. Un problemas menos. -  ¿Un problema menos?, ¿de verdad sólo le tememos a lo real?, ¿no estaremos otra vez creyendo en anticristos, fantasmas y muñecos diabólicos de melena roja?.

Hay cosas que se mantienen sólo porque nosotros lo permitimos. Sólo están en nuestra cabeza. Es a nuestra cabeza a la que tenemos que tenerle miedo cuando juega en contra  nuestra. Hagámosla nuestra aliada.   Hay que ir con la daga a matar al Demian que habita en nosotras.  Hagamos nuestra lista de miedos y veamos cuántos de ellos son reales (sólo el presente es real, el futuro está por decidirse), cuántos están justificados (¿realmente necesitamos eso que queremos que tanto miedo nos da no conseguir?) y hasta qué punto estos miedos nos paralizan. Hagamos las cosas como creemos que tienen que ser hechas, y no como está establecido que tienen que ser hechas, sin miedos… Muchas de las cosas que nos oprimen a nivel estructural, cosas que reconocemos como injustas y que denunciamos, se sostienen porque las consentimos. Hay otras maneras, hay otros caminos. Y si nos rebelamos, ya sin miedo, ¿qué pasará?, ¿podremos transitarlos?. El miedo es algo muy contra-revolucionario.   

La X treintañera. 

domingo, 30 de septiembre de 2012

El peligro de las jaulas o "hámster" como categoría política.



Hola,

Escribo esto para las personas que son responsables del bienestar de un hámster o que piensan serlo en el futuro. El objetivo fundamental de este escrito es alertar sobre los peligros de las jaulas,  dando argumentos al respecto y contando un caso concreto en el que una hermosa hámster, muy resistente y con muchas ganas de vivir, sufrió un grave accidente que le costó la vida por causa de vivir en una jaula.

Lala, la hámster en cuestión, llegó a mi vida hace unos meses. La acogí en calidad de “refugiada”  porque tenía un tumor enorme y las personas que se hacían cargo de ella en ese entonces no la llevaban al veterinario. Decidí, pues, hacerme yo cargo de su problema. Digo que la “acogí” porque no la compré. No estoy a favor de la compra-venta de animales, porque no son cosas. Tampoco estoy a favor de privarlos de su libertad para satisfacer caprichos humanos ni de hacer que los animales en cautiverio se reproduzcan para perpetuar esa casta de esclavos formada por lo que llamamos “mascotas” (pueden ser esclavos bien tratados o mal tratados, dependiendo del “amo” que les haya tocado, pero no dejan de ser esclavos, ya que no son libres, y en todas las cosas dependen absolutamente de lo que decida su “amo”).  Y digo “refugiada”, tomando el término de Gary Francione (teórico de los derechos de los animales), porque Lala, efectivamente, de no estar bajo mis cuidados, habría muerto. Era, pues, una refugiada en  mi casa. Una refugiada muy querida.

Intenté darle a Lala la mejor vida que pude. La operación del tumor fue exitosa y se recuperó bien. El veterinario estaba muy contento y sorprendido de que Lala hubiera sobrevivido a la extracción de un tumor que medía tanto como una tercera parte de su cuerpo. Él me había advertido que las operaciones en el caso de los hámsters tenían muchos riesgos, aunque entre estos riesgos sólo me mencionó que era muy probable que no despertaran de la anestesia, por la gran dificultad que hay al regular las cantidades que hay que administrar a estos pequeños animales.

Lala fue muy feliz durante un tiempo. Leí todo lo que pude en internet sobre los hásmters y compré un par de libros para estar bien informada. En ningún sitio encontré una advertencia seria acerca de los riesgos de las jaulas, por eso escribo esto. Me informé sobre las enfermedades comunes de estos animales. En concreto me informe sobre el hámster phodopus singorus (también conocido como “ruso” o “siberiano”, un tipo de hámster enano) por ser mi amiga Lala un ejemplar de ese tipo.  Leí sobre las enfermedades típicas de estos animales para evitar las más peligrosas. Siempre se hacía énfasis en evitar diarreas, que pueden resultar mortales, así como resfriados. Se decía también que es común que los hámsters sufrieran fracturas, dado su carácter inquieto, pero en ningún lugar se advertía  lo suficiente acerca de las consecuencias de este tipo de accidentes. La verdad es que es muy difícil que un hámster se recupere de una fractura, aún más si la fractura es externa (es decir, si el hueso sale y queda al aire por haber roto la piel), por la sencilla razón de que, ante una fractura externa, lo único que se pude hacer es practicar una amputación. La cuestión es que, pese a que Lala haya salido airosa de su primera cirugía (la del tumor gigante al que me referí antes), las cirugías suelen ser un asunto muy, muy grave en los hámsters, más de lo que yo creía y más de lo que una puede deducir de la información que hay por ahí disponible. LOS HÁSMTERS TIENDEN A COMERSE LOS PUNTOS, de tal modo que es muy difícil que las heridas curen y cierren. Por tanto, HAY QUE EVITAR A TODA COSTA QUE ESTOS ANIMALITOS TENGAN FRACTURAS. Las fracturas, no son un asunto menor. En los libros sobre hásmters y las páginas en internet de información general sobre estos animales, debería hacerse énfasis en este hecho.  La fractura no fue un asunto menor en el caso de Lala y, leyendo el testimonio de otras personas preocupadas por sus amigos-animales, el caso de Lala no es aislado, sino común. Y LAS JAULAS, NO SON LA CASA IDEAL PARA EVITAR LAS FATÍDICAS FRACTURAS. POR FAVOR, HACED CASO DE ESTO.

A continuación, narro con gran dolor el triste final de mi amiga Lala, con intención de concienciar sobre los riesgos de las jaulas. Ya que no pude hacer nada por Lala, al menos quiero evitarle un sufrimiento similar a otros hámsters y a otras amigas y amigos humanos de los hámsters.

Cuando Lala al fin se recuperó de la operación en la que le extrajeron el tumor, me concentré en proporcionarle una vida lo más agradable posible ya que, al hacerme yo cargo de ella, consideré que esa era mi responsabilidad. Habilité una zona de seguridad donde ella podía salir a pasear un poquito todos los días – siempre bajo vigilancia: si no tienes tiempo de vigilarla y no hay un sitio 100% seguro sin agujeros por los que se pueda escapar, NOLO HAGAS, ten en cuenta que estos animales son muy escurridizos y, allí donde les cabe la cabecita, les cabe el resto del cuerpo, aunque no lo parezca; toma en cuenta que  son extremadamente curiosos y sienten gran debilidad por meterse en sitios pequeños, no te la juegues…-, le compré una ruedita de esas con las que puede pasear por toda la casa sin peligro (su ruedita-coche, como le llamaba yo; rueda externa de ejercicio, creo que la llaman en el mercado) y le compré una jaula que me pareció estupenda, en la que introducía diversos juguetes (tanto comprados, como de elaboración propia) para hacer su vida más amena, estimulante e interesante (túneles, cosas para subir y bajar, escondrijos varios, saquitos colgados rellenos de alimentos que le gustan para que se entretuviera intentando sacar su contenido, etc….),. Decidí comprar una jaula en lugar de un terrario/acuario porque observé que a Lala le encantaba escalar y pensé que así estaría más divertida. Como leí acerca de la posibilidad de fracturas por caídas dentro de la jaula, puse una serie de redes en los puntos peligrosos: la jaula era de 3 niveles, de tal modo que había algunos puntos en que las posibles caídas necesariamente tendrían lugar  desde una gran altura. Observé que esto funcionaba y consideré que la jaula, así acondicionada, ya no era peligrosa. LO QUE NO SABÍA YO, NI IMAGINABA EN ABSOLUTO, ERA QUE LAS CAÍDAS DESDE LUGARES ALTOS NO ERAN EL ÚNICO PELIGRO PRESENTE EN LAS JAULAS.

El 28 de septiembre me levanté al baño a las 5:30 AM. Me encontré con algo horrible: Lala tenía una patita atrapada en la pequeña rendija que había debajo de la puerta de la jaula. No sé cómo pudo meter ahí la pata. Ella luchaba por liberarse. Había sangre. Abrí de inmediato la jaula. La cogí. Le ví la pata llena de sangre. Se la limpié con agua oxigenada (lo hice con agua oxigenada porque, después de la extracción del  tumor, que tuve que hacer curas todos los días con agua oxígenada y Betadine) y vi que tenía la pata rota y el hueso salido. Desinfecté también con Betadine y comprobé que ya no sangraba más. La puse en un barreño de plástico  bien limpio con mucho papel de cocina para que estuviera tranquila (le gustaba meterse debajo del papel). La puse en el barreño para que estuviera en un sitio 100% limpio, sin serrín, heno, heces, etc… y para que no se moviera mucho ni intentara escalar (en otra ocasión leí que ante una fractura había que intentar que el animal estuviera quieto y tranquilo, sin muchas distracciones que lo invitaran a moverse).  Esperé unas horas para llamar al teléfono de emergencia del veterinario (un hombre estupendo que hace lo que puede por los animales). Me citó a las 11AM. Tal y como yo lo temía, no había otra alternativa más que la amputación. Otra vez, cirugía.

Esta vez las cosas no salieron bien. Lala sobrevivió a la anestesia, pero una hora después de estar en casa, se había comido ya todos los puntos. Llamé al veterinario. A pesar de ya no estar en sus horas de trabajo, atendió a Lala por ser una emergencia. Le volvió a poner los puntos, así, sin anestesia. Y le puso también tres grapas. Fue horrible: los gestos de dolor de Lala eran impactantes y hasta le temblaban las patitas. El veterinario me dijo que el problema con los roedores era que tendían a comerse los puntos; que lo raro era que en la primera cirugía esto no hubiera ocurrido. Dijo que eso era muy problemático. Me explicó que la única función que cumplían las grapas era mantenerla entretenida. Si ella intentaba quitarse las grapas, dejaría en paz los puntos, que eran los que en realidad hacían que la piel cerrara. Tardé 20 minutos en llegar a casa. En cuanto llegué, revisé a  Lala y, en ese breve tiempo, ¡se había quitado ya dos grapas!. Comprendí la gravedad del asunto. Si no hacía algo, en poco tiempo tendría otra vez la herida abierta. La cogí y no la solté (para evitar que volviera a quitarse los puntos). Llamé a una amiga para que me ayudara, ya que, siempre que soltaba a Lala, tres segundos después ya estaba intentando quitarse la grapa y los puntos. Me fui a su casa con materiales variados para intentar construirle algo que le impidiera quitarse los puntos: cartones, telas, hilos, etc… Intentamos hacerle trajecitos y cosas así, pero todo era inútil. Era imposible ponerle los trajecitos y, envolverla en algo (por ejemplo un calcetín o una cartulina) bien ajustado con ayuda de esparadrapo, también  era inútil: a Lala le llevaba unos minutos quitarse todo y estar libre otra vez para persistir en su intención de quitarse los puntos. También intentamos hacerle un collar isabelino para que no pudiera morderse los puntos (leímos en internet que en el mercado los hay disponibles, sin embargo, no encuentro ni una sóla tienda online que los tenga y, tomando en cuenta el hecho de que, dada la anatomía del hámster, todo agujero por donde entra la cabeza deja pasar también el cuerpo entero, me pregunto hasta qué punto será cierto que existen esos supuestos collares isableinos para hámster….) .

En fin. Nos esforzamos  y trabajamos, pero  todo fue inútil y Lala seguía obsesionada con quitarse los puntos.

Comprendí que si no conseguía ponerle algo, la única salvación de Lala sería que siempre hubiera alguien que la tuviera en la mano hasta que curara la herida. Y eso es imposible… Estuve con la amiga que me ayudó  hasta las 2 o 3 de la madrugada intentando encontrar una solución. Después intenté yo sola hasta el amanecer… Fue todo inútil.  Buscando en internet encontré muchos testimonios de casos similares: hámsters operados que después se muerden los puntos. La gente los lleva al veterinario una y otra vez para que les vuelvan a poner puntos y grapas, y los hámsters siguen destruyendo el trabajo del veterinario. Y esto, bajo mi punto de vista, es una gran crueldad: poner todos los días puntos y grapas sin anestesia, y el pobre individuo temblando de dolor… ¡No puede ser!.

No quiero narrar las circunstancias en las que murió Lala, porque me resulta muy doloroso aún. Yo la quería…  Sólo quiero advertir acerca del siguiente hecho:

ES MUY DIFÍCIL QUE UN HÁMSTER SOBREVIVA A UNA OPERACIÓN – INCLUSO SI SALE VIVA O VIVO DE LA CIRUJÍA, ES MUY PROBABLE QUE SE MUERDA LOS PUNTOS UNA Y OTRA VEZ.

POR TANTO, HAY QUE EVITAR LAS OPERACIONES.

LAS FRACTURAS, CON FRECUENCIA, LLEVAN A AMPUTACIONES (CIRUJÍAS).

POR TANTO, HAY QUE EVITAR LAS FRACTURAS.

EN LAS JAULAS, ES FÁCIL QUE UN HÁMSTER SUFRA UNA FRACTURA (NO SÓLO POR CAÍDAS, ATENCIÓN, NO SÓLO POR CAÍDAS!!!!)

POR TANTO, ES FUNDAMENTAL NO TENER A ESTOS ANIMALES EN JAULAS!!!!

Yo, desde luego, si pudiera volver atrás, tendría a Lala en un acuario y no en una jaula. Ya me las ingeniaría para ponerle cosas seguras para escalar y que no se aburriera… Pero no hay vuelta atrás.

     Es un hecho que hay unos animales mucho más privilegiados que otros. El ser humano se dedica a dominar y a usar al resto de los animales sin tomar en consideración su sufrimiento e intereses. Pero dentro de los animales hay diferencias grandes: unos, son torturados cruelmente (por ejemplo, en la plaza de toros, en las fábricas de pieles o en la industria alimenticia). Otros, son acogidos/comprados como mascotas/refugiados y queridos y mimados (o no…) por quienes son responsables de ellos. Dentro de los animales que se tienen en casa, sin duda, los privilegiados son los perros y los gatos. Otros animales son tomados menos en serio: como los hámsters.

Por un lado, algunas personas que supuestamente tendrían que buscar la buena vida del hámster del que decidieron encargarse, hacen cosas como no llevarlos al veterinario si tienen un tumor (total, no es más que un ratoncito, si fuera un perro, sería otra cosa… gastar tiempo y dinero por un ratón??). Por otro lado, los medios disponibles para atender a los hámsters son mucho más escasos  que los destinados a los privilegiados perros y gatos. Si hubiera interés, seguramente habría los medios necesarios para aplicar la cantidad exacta de anestesia que se necesita para que el hámster tenga menos riesgo en las operaciones, por poner un ejemplo. Habría más medicinas apropiadas para estos animales, por poner otro (no hay muchas)… Respecto de los puntos, me sorprende que no se haya solucionado esta cuestión tan importante  para la recuperación de un hámster. Tan difícil es elaborar unos pequeños trajecitos de plástico, fáciles de poner, que impidan que los hámster se quiten los puntos? No lo creo!!! El ingenio humano hace cosas mil veces más sofisticadas!!! Sólo es falta de voluntad e interés!. El mercado percibe que no hay un número suficiente de gente dispuesta a gastar en la salud de un hámster (como me dijo el veterinario, sólo una gran minoría de personas deciden gastar en una operación cuando un animal de estos la necesita) y, por tanto, ante falta de demanda, no hay oferta. Es así como funciona el mundo. “Hámster” es, pues, una categoría política….

Escribo esto en memoria de Lala Laleish Superiviviente Trípeda y con la esperanza de evitar dolor en otros hásmters y amigas y amigos de hásmters.




jueves, 24 de mayo de 2012

ACNUR y las vacas o TODO SUFRIMIENTO RECLAMA ALIVIO.


La crisis, lamentablemente, también se ceba con las ONGs y otras instituciones que tienen fines sociales no lucrativos. Desde hace varios meses, en el centro de la ciudad en la que vivo, se encuentran, a diario, personas que intentan captar soci@s para diferentes ONGs e instituciones que velan por los derechos humanos y otras causas loables. Portan chalecos distintivos y se aproximan a la gente, de un modo más o menos afortunado, para explicar a qué se dedica la organización para la que trabajan y a pedir que la persona abordada se convierta en socia. Las organizaciones que más se ven por ahí son la Cruz Roja y ACNUR.

ACNUR es la Agencia de la ONU para l@s refugiad@s (aunque en su página web hablan simplemente de “los refugiados”). La labor que realizan es vital, ya que las personas refugiadas se encuentran en una situación de suma vulnerabilidad y de escandalosa vulneración constante de sus derechos básicos. Sin duda, el sufrimiento que padecen estas personas es grande y reclama acción. EL SUFRIMIENTO SIEMPRE RECLAMA ACCIÓN. ACNUR intenta que la vida de estas personas mejore, y la vida de esas personas es un asunto que nos incumbe a todas y a todos.

Sobre lo que significa ser una persona refugiada, la situación de desprotección en la que viven l@s afetad@s y las cosas que hace ACNUR, no voy a decir nada, ya que en su página web podéis encontrar mucha información al respecto y, en este blog, no pretendemos simplemente copiar información de otros sitios, sino decir lo que creemos que no se ha dicho. Os invito, pues, a que si no estáis familiarizad@s con el trabajo de ACNUR y con la situación de las personas refugiadas, os deis una vuelta por su página (dejaré el enlace al final de este texto),  para que entendáis la problemática y por qué deberíamos actuar para acabar con la situación indeseable en la que se encuentran algunas personas en este injusto mundo que hemos construido.

Una vez que queda claro que consideramos que el sufrimiento que ACNUR se dedica a aliviar nos interpele, paso al objeto de esta entrada, que es criticar una de las actuaciones de ACNUR (no su misión general, que, repito, es loable y necesaria).

El otro día me crucé con una de estas personas captadoras de socios de las que acabo de hablar. Llevaba un chaleco de ACNUR. Después de saludarme amablemente, empezó a  hacerme preguntas que presuponía que yo no sería capaz de contestar, del tipo: “¿Te suena Somalia de algo a parte de los de los piratas?”, protocolo que creo que deberían corregir, ya que no genera sentimientos positivos que te presupongan ignorante de las cosas que ocurren en el mundo. Entre pregunta y pregunta, iba dando explicaciones sobre los problemas de las personas refugiadas y sobre el modo que ACNUR responde a ellos. Para apoyar sus  explicaciones, me mostró un pequeño sobre que contiene un preparado  que emplean para combatir la desnutrición. El estómago de las personas que llevan mucho tiempo sin comer, me explicaba la mujer, no admite de inmediato alimento sólido. Es por eso que, antes de que empiecen a ingerir comida otra vez, ACNUR les da esos sobres durante dos semanas, si no mal recuerdo. Me explicó que esos sobres valían tan sólo 0,30 euros, para hacerme ver que, con una cuota de 10 euros mensuales, se puede alimentar a muchas personas. Intrigada por el maravilloso sobre, pregunté por su composición. Me respondió que llevaba cacahuetes, leche y una fórmula inventada por un médico de ACNUR que tenía un extraño nombre que contenía números y que no fui capaz de memorizar (tampoco encontré información en la web sobre el mismo). Me explicó que el bajo precio se debe a que quienes lo elaboran sólo les cobran los costes de producción. No dudo que esta acción desinteresada se refleje en el bajo precio del producto, pero creo que detrás del mismo puede haber algo más. 
 
Y es esto con lo que tengo un problema: con el contenido del sobre. Antes dije que EL SUFRIMIENTO SIEMPRE RECLAMA ALIVIO.   No estoy a favor de eliminar el sufrimiento de algunos individuos a costa del sufrimiento de otros. Y esto es lo que hace ACNUR con ese sobre de contenido nutritivo; pero el especismo predominante y la falta de empatía hacia el sufrimiento cuando éste no es humano, hace que esta injusticia pase desapercibida.  Seguro que es posible crear un preparado nutritivo sin sufrimiento animal, es decir, sin leche. No hay ningún componente de la leche que no esté presente en el reino vegetal (no, ni las proteínas ni el calcio se encuentran exclusivamente en los productos de origen animal). Es totalmente innecesario privar de su libertad, infligir dolor físico y sufrimiento emocional a las vacas, manteniéndolas en condiciones terribles e inaceptables, para salvar a algunos animales humanos. Es innecesario, es inmoral.

Imagino que un preparado sin lácteos sería más caro. Sustituir la leche por almendras o sésamo (alimentos muy ricos en calcio) puede resultar más caro económicamente. Pero el patrón para medir la aceptabilidad o no aceptabilidad moral de una práctica nunca ha sido, ni puede ser, el coste económico de la misma. Si hace falta más dinero para alimentar a esas personas, busquémoslo en otros sitios. Quitémoselos a los dictadores de turno o a los amos de la guerra – por ejemplo, los bancos que las financian, los psicópatas que se benefician vendiendo las armas, etc… - que provocan esos desplazamientos masivos de personas y que dan lugar, en muchas ocasiones, a los campos de refugiados. En realidad, cualquiera de nostr@s es más culpable de la situación de las personas refugiadas – por nuestro modo de vida, por nuestro consentimiento de la opresión de los gobiernos, por nuestros patrones de consumo, etc… - que las vacas. De hecho, esas injusticias se derivan del modo en que construimos nuestro mundo humano, del modo en que creamos y recreamos diariamente injustas relaciones de poder. Y en la construcción de ese mundo humano injusto, las vacas no han jugado ningún papel (salvo el de víctimas y meros recursos a nuestra disposición, claro).  Sería mucho mejor, desde el punto de vista moral, recurrir a algún método radical de redistribución de la riqueza a nivel planetario, o, si queremos ser más moderad@s, al menos destinar más dinero de nuestros impuestos a  cooperación, ayuda humanitaria, etc... y, por otro lado, usar este dinero de un modo  más efectivo y menos eurocentrista, por decir algo... Las posibilidades son infinitas, lo que no hay es voluntad. Si crees que no tienes nada que ver con las desgracias de África y de otras partes del mundo, echa un vistazo a los negocios que hace tu banco e investiga sobre todas las implicaciones que tiene tu consumo. Es tu culpa, es mi culpa, pero no es culpa de las vacas. 

En resumen:

Si esto es inaceptable,


                                  (campo de refugiad@s en Ruanda)


esto, también lo es





PARA SABER MÁS:

ACNUR

Federación estatal de Asiciaciones de Refugiad@s e Inmigrantes.

Información sobre granjas y martaderos

“Lácteos” en Igualdad animal.
http://www.igualdadanimal.org/alimentacion/lacteos



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lunes, 21 de mayo de 2012

De hermenéutica, poder y la Maldita Vecindad (y los hijos del quinto patio) parte 2.



Respecto de esa canción en la que aparecen los nombres que se usaron para establecer jerarquías en “La Nueva España”, dije - y eso es a lo que quiero llegar después de tanto rodeo -  que, recientemente, tuve un reencuentro. Se trata de un potente texto musicado que nos habla de jerarquías antiguas basadas en la raza, sí, como ya lo supe en edad temprana, pero también actuales y basadas en otros factores, aspecto que me pasó totalmente desapercibido entonces. Estoy sorprendida del mensaje que me parece haber  encontrado (digo “me parece haber encontrado” porque, como pienso que sí hay algo más allá del texto, y aunque mi “creer entender” me proporcione alegrías, sigo buscando al escurridizo sujeto escritor detrás de las palabras). Mi nueva comprensión, muy lejos ya de la niña que se quedó sorprendida con la gruesa tabla de madera que colgaba de la pared de aquél museo en el que se explicaba cómo debían ser agrupados los seres humanos dependiendo de si su llegada al mundo era  fruto de la cópula ( en demasiadas ocasiones forzada y violenta, ahora lo sé) entre un@ blanc@ y un@ indi@, o de un@  indi@ y un@ negr@, o cualquier otra combinación que fuese posible (posible de crear, posible de leer), es la comprensión ya mediada por Foucault, por teóricas feministas, por el pensamiento postcolonial, por la constatación experiencial de que las castas existen aunque no haya gruesas tablas en las que se indiquen los nuevos nombres y no figuren explícitamente en ninguna ley.


 Voy a separar, más o menos arbitrariamente y por no prolongar la escritura demasiado, las categorías políticas que aparecen en la canción en tres grupos:

1. Antiguas (y sin embargo, algunas persistentes) categorías raciales: brarzino, india, mulato, mestizo, castizo, blanca, jíbaro, lobo, etc….

2. El antiquísimo y omnipresente dualismo jerárquico que hoy en día se mantiene, el más invisible y subestimado de todos: hombres y mujeres.

3. Nuevas categorías de todo tipo (algunas enraizadas en el hetero-patriarcado; otras,  en sistemas racistas, clasistas y/o “urbanocentristas”) que  condicionan la vida de los individuos - al cerrarles o abrirles  determinadas puertas, y no otras, reservándoles un estatus social específico y no otro -, que construyen identidades (identidad como resultado de la lucha derivada de la tensión existente entre lo que dicen que deberías ser y lo que tú decides ser), que paren sujetos:   nacos, jotos, bugas, machorras, chilangos, oaxacos, jipiosos, chulos, teporochos, fresas,  etc…

    Ese no es todo el interés que tiene la letra. No, quien la compuso, sorprendentemente, va al meollo del asunto, y, cual lector de Foucault, afirma  que:

“Poder, necesitas de nombres,
disfraces y reglas,
Clasificaciones:
Vivir de segregaciones”

Y reivindica, ni más ni menos:

“Nuestra diferencia somos,
no hay pureza”.

     Me pregunto, intrigada, qué lecturas habrá hecho Roco, el compositor del grupo.  Buscando una respuesta, encontré un artículo de la Jornada en el que se indica que el grupo se ha separado por “diferencias ideológicas”. Puedes consultarlo aquí:


     En fin, sin tiempo de buscar más nada, les  dejo a continuación la letra completa para que juzguen por ustedes mism@s y, más abajo, algunos enlaces, como el myspace del grupo, el myspace de lo que parece el nuevo proyecto de Roco y alguna lectura algo más sesuda :-p


Saltapa'trás

Barzino con india - calpamulato,
meztizo con blanca - castizo,
mestiza con blanco - castizo cuatralvo,
china con lobo - jibaro,
indio con loba - tente en el aire,
indio con negra - zambo,
blanco y albina - saltapa'tras
cambujo con india - sambaigo, 



Sangre con sangre,
mujeres y hombres.
Poder necesitas de hombres,
temor, divisiones.
Colores y castas:
herencia de segregaciones.

Indio y mestiza - coyote,
mestizo con india - cholo,
negro con zamba - zambo prieto,
blanco y mulata - morisco,
blanco con negra - mulato,
lobo con negra - chino,
negro con india - jarocho,
indio con negra - lobo.

Nuestras diferencias somos,
no hay pureza.
Indios y banda - patarrajada,
tibiris, nacos, guarines,
jotos y bugas, machorras,
chilangos, oaxacos, yucas,
fresas y gruesos, jipiosos,
cholos y chulos, teporochos,
grifos y pochos,
chichifos,
zafados, pirados, dementes...

Miedo a los otros,
a costumbres distintas.
Poder, necesitas de nombres,
disfraces y reglas.
Clasificaciones:
vivir de segregaciones.

No aguanto mi casa, voy por la calle,
me apaña la tira, la greña y tatuajes,
no tengo trabajo, soy estudiante,
uso aretes, acabo en el tambo.


El myspace de Maldita


El mayspace de Roco Pachuko


Para quien tenga ganas de leer, algo sobre la Genealogía del Racismo de Michele Foucault.

http://www.elortiba.org/foucault2.html

 De hermenéutica, poder y la Maldita Vecindad (y los hijos del quinto patio) parte 1.

http://www.hoyideashoy.blogspot.com.es/2012/05/de-hermeneutica-poder-y-la-maldita.html

 Lupita D.

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De hermenéutica, poder y la Maldita Vecindad (y los hijos del quinto patio). parte 1.



     Tiene que pasar el tiempo para volver a toparse con la sensación de que se entiende algo. Un@ tiene un primer encuentro con un texto, musicado o no, escrito o hablado, en prosa o en verso; o con una circunstancia, vivida o imaginada, sobre la que se construye un “primer” texto (sólo mediante palabras podemos interpretar  lo que nos ocurre. ¿Será verdad o será más basura especista?). Un@ cree que entiende: la persona lectora se da un revolcón con las letras, las mira de frente, las soba y se deja sobar por ellas… Fruto de tan íntimo y apasionado contacto, surge el clímax: la sensación de haber comprendido y, a la vez que el orgasmo, nace el sentido.  La persona seducida por una circunstancia sólo puede  rememorar amoríos pasados, escarbar en la memoria erótica para extraer palabras vivas, cálidas, palpitantes, que sirvan para extasiarse y parir un texto allí donde, en principio, no lo hay. Estas infidelidades, es decir, el recurso a sentidos-orgasmos pasados para alumbrar los nuevos,  se dan, tanto en el caso del procesamiento de las letras, como en el de las experiencias. La promiscuidad es inevitable. 

     Voces curiosas han emitido rumores varios acerca de esas relaciones entre sujeto y texto, entre lector y significado… Un tal Derrida incluso ha llegado a decir que nada existe fuera del texto. Así se las gastan algunos postestructuralistas. Sus ocurrencias son dignas de análisis sociológico, pero esa no es la cuestión que quiero abordar ahora y, para ser sincera, tampoco estoy preparada para ello.

    A lo que voy es que un@ tiene esa maravillosa sensación de haber comprendido algo y parece que ya está todo dicho; la relación con el texto se da por muerta y éste ya sólo vuelve a nosotros en forma de complaciente recuerdo. En efecto, nos regocijamos citando algunas palabras significativas cuando creemos que es oportuno, recitando un verso cuando pensamos que viene a cuento y  aplicando las conclusiones de nuestra interpretación de una circunstancia a otra que se nos antoja parecida. Sin embargo, no hay nada como la sensación de ese encuentro primero, la sensación de haber comprendido un texto (o circunstancia)… Afortunadamente, tal y como todo parece indicar, el sentido depende tanto de lo escrito y de quien lo escribió (por mucho que algunos pensadores insistan en hacer que el sujeto escritor desaparezca), como del sujeto receptor activo. Las letras, muertas, ya no cambiarán; pero los sujetos, vivos, sí lo harán. Por tanto, aún hay una esperanza, aún hay una nueva posibilidad de flirteo. La persona lectora (que puede ser quien escribió el texto o simplemente un@ de sus múltiples lector@s-amantes), puede volver a hacer que esas letras palpiten llenas de vida entre sus ojos. Otro gran orgasmo es posible, uno que supera al primero: una nueva sensación de haber comprendido.

     ¿A quién no le ha pasado eso?.    

     Empecé a leer a Nietzsche cuando tenía 14 años. Pasaron quince años desde entonces. El primer encuentro se dio bajo el fuerte sol que alumbra y calienta las tierras de Guerrero, en aquella zona donde pululan l@s turistas. Eso era yo, una turista de clase media, una “blanquita” (ahora una “morena” en tierras de gente de piel pálida), una privilegiada en el país de las grandes desigualdades sociales (ahora, una desempleada endeudada en la Europa que tiembla, que se agrieta, y que deja escapar el bienestar que benefició a algunos por esas fisuras que no prometen más que agrandarse y que nunca benefició a numerosos individuos: a la Otra cuando es ama de casa, cuando es puta, o cualquier cosa intermedia o circundante; a le Otre “discapacitade”; a li Otri inmigrante; a lu Otru inclasificable y, desde siempre, y pisoteado por Otra/e/i/o/u, al@ Otr@ cuando es no-humano, y una prueba de ello es que no tengo palabra satisfactoria para definirl@ positivamente – ¡Hay que inventarla!).

* Me gusta mucho meter cosas entre paréntesis. No sacrificaré las ideas por la estética. Si no te gusta, haz “clic” donde corresponda y esfúmate.


      Sí, sólo era una turista blanquita privilegiada, una inconsciente más que se bañaba en las aguas del Pacífico, que bebía agua de coco bien fresquita y que  se enamoraba del sol y de la alegría que percibía en el lugar. Sin embargo, me sentía diferente: yo leía Así habló Zaratustra…

                (Delirios de grandeza adolescentes aparte….)

      A lo largo de todo ese tiempo he vuelto, ocasionalmente, a los mismos textos apasionados del filósofo que quemaba con el fuego de sus afirmaciones lo que era preciso reducir a cenizas para seguir adelante con la cabeza bien alta. Evidentemente, mi sensación de haber comprendido era muy diferente a los 14 que a los 20, y aún era diferente otra vez a los 25. Muchas letras me sedujeron desde entonces y, mi sensación de haber comprendido de los 14, me parece ahora una cosa pequeña. Sí, igual que ocurre con los progresos en las artes amatorias… Cada vez me parece más afortunada la metáfora.

     Todo este asunto de los reencuentros con los textos y las nuevas comprensiones pasa por mi mente porque recientemente tuve una gran sensación de haber comprendido un texto que obscureció por completo la “aventurilla” adolescente que tuve con el mismo en el pasado. Se trata de la canción de un grupo de rock mexicano llamado La Maldita Vecindad. Aclaro, para l@s quisquillos@s, que uso el término “rock” en el sentido amplísimo en que casi todo el mundo suele emplear.

     En verdad no recuerdo cuando escuché aquella canción por primera vez. Era una niña. Me sentí orgullosa cuando reconocí algunos de los nombres que los conquistadores procedentes de la península Ibérica usaron para articular su ridículo y opresivo sistema de castas. Digo “conquistadores procedentes de la península Ibérica” porque España ni siquiera existía en aquél entonces, por mucho que el nacionalismo español (proyecto imperialista desde su gestación), se empeñe en obscurecer este hecho. Me niego a decir conquistadores españoles porque las palabras importan. Y quiero remarcar también el sujeto: “conquistadores”, ya que la inmensa parte de la población de los reinos existentes en esos tiempos  vivía bajo el yugo de los mismos opresores (y de otros). Aclaro que no pretendo comparar las injurias cometidas a un lado y otro del inmenso océano. De todas formas, no olvidemos que las luchas son entre los poderosos y por el interés de los poderosos, no entre los pueblos, a quienes lo que beneficia es la paz y no el derramamiento de sangre y la destrucción.

    Poco antes de escuchar la canción de la que hablo, Salta pa´trás,  había visitado un museo en el que me topé por primera vez con aquella infamia de las castas. Fui por  indicación de la maestra de 3º de primaria. Ésta, racista resentida (podría respaldar mi afirmación con numerosos hechos), refiriéndose al fenómeno de la clasificación política de los seres humanos que tuvo lugar en el territorio de lo que hoy es México, aprovechó para decir en tono irónico: “¡Esa es la cultura que tenían los españoles!”, cometiendo, así, el mismo error moral de los ya muertos opresores: situarse en la posición del Amo, quien siempre dirige una mirada homogeneizadora al Otro….

     Fue por esa productiva visita que los nombres que se gritaban en esa canción me resultaban inteligibles: castizo, lobo, jíbaro, chino, salta pa´tras…     Contenta, creí entender que era una canción contra el racismo.
Cruzarme con esa maestra xenófoba, simplificadora, machista y fanática tuvo algún aspecto positivo. El sentido del  encuentro con ese personaje acaba de nacer, por cierto, ahora mismo, entre los gemidos de los dedos que golpean las teclas de mi portátil. Has asistido a un orgasmo.

     Respecto de esa canción en la que aparecen los nombres que se usaron para establecer jerarquías en “La Nueva España”, dije - y eso es a lo que quiero llegar después de tanto rodeo -  que, recientemente, tuve un reencuentro. Se trata de un potente texto musicado que nos habla de jerarquías antiguas basadas en la raza, sí, como ya lo supe en edad temprana, pero también actuales y basadas en otros factores, aspecto que me pasó totalmente desapercibido entonces. Estoy sorprendida del mensaje que me parece haber  encontrado (digo “me parece haber encontrado” porque, como pienso que sí hay algo más allá del texto, y aunque mi “creer entender” me proporcione alegrías, sigo buscando al escurridizo sujeto escritor detrás de las palabras). Mi nueva comprensión, muy lejos ya de la niña que se quedó sorprendida con la gruesa tabla de madera que colgaba de la pared de aquél museo en el que se explicaba cómo debían ser agrupados los seres humanos dependiendo de si su llegada al mundo era  fruto de la cópula ( en demasiadas ocasiones forzada y violenta, ahora lo sé) entre un@ blanc@ y un@ indi@, o de un@  indi@ y un@ negr@, o cualquier otra combinación que fuese posible (posible de crear, posible de leer), es la comprensión ya mediada por Foucault, por teóricas feministas, por el pensamiento postcolonial, por la constatación experiencial de que las castas existen aunque no haya gruesas tablas en las que se indiquen los nuevos nombres y no figuren explícitamente en ninguna ley.

    Continúa aquí: 


De hermenéutica, poder y la Maldita Vecindad (y los hijos del quinto patio). parte 2.


http://www.hoyideashoy.blogspot.com.es/2012/05/de-hermeneutica-poder-y-la-maldita_21.html


Lupita D.


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